El velorio de aquaman.

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Me gustan mucho los villeros. Me gusta verlos pasar por sobre mi techo. Son re piolas. A la noche, me tiro en el jardín y los observo pasar en sus casillas cohetes. Sé que un día, vendrá un chongo villero por mí, y me llevara lejos, lejos hasta las estrellas. Y yo le voy a decir, gracias villero, sos re piola, re zarpado, soy tu guacho, gracias por hacerme conocer el universo, gracias por pasar por Saturno y dejarme andar en bici por sus anillos. Y todo será hermoso, como en la película de dios.
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Después de mucho esperar, conseguí entrar al velorio. Al velorio de Sandro. Nos hacían entrar en tandas. Entré junto a los poetas de los noventa y el negro que puede hablar con los animales, el Dr. Doolittle. Entramos al salón y Sandro estaba ahí, en el cajón. Nos sentamos todas alrededor. Prendimos una vela. Sandro se levantó y nos ofreció café. Yo le dije que no, que no quiero, así, y dijo “entonces no preparo nada”. Y se volvió a echar en el ataúd. Entraron los patovicas y nos sacaron a la rastra. Estaba empezando la novela. Los poetas de los noventa formaron un jenga humano en la puerta sostenido por su ego. Yo me fui con el negro. El día estaba nublado, pero sin embargo, matenía belleza interior, como la que tiene la gente pobre.


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Estaba en una playa re careta del faro, en una reposera con elásticos
sentada cerca de la orilla. Cuando de pronto, un rubio musculoso salio del agua y me llamó. Me llamó desde lo hondo. Estaba vestido con una remera ajustada naranja y nadaba como un delfín. Yo me levanté de la reposera y me tiré al agua, nadé un montón hasta que lo encontré. Era Aquaman, hola Aquaman le dije. Hola que haces? Me dijo, y después me preguntó si quería ir dar un paseo en hipocampo gigante. Yo le dije que si, y del agua salieron dos caballos hermosos. Fuimos al palacio de la justicia de los súperamigos. Cuando pasamos por la playa de Moria, vimos algo horrible. Unos porteños oligarcas estaban jugando al tejo humano con sus empleados. Era un asco, me sentí indignado. Ponían a los morochitos arriba de unas catapultas y los lanzaban a la arena. De bochín, usaban a un discapacitado. Yo le dije, ché Aquaman, tenés que hacer algo, pero él me miró y sonrió tranquilo, como diciendo, que te pensás villero, que soy Jesús.

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