Definitivamente, en el mundo, hay cosas que duran demasiado

Prendí la televisión, estaban pasando hola Susana. Susana entraba a buscar un perro que se había perdido en el laberinto canino y se perdió. Entraron los susanos a buscar a la diva que pedía ayuda y se perdieron los susanos. Luego, entró Gasalla a buscar a Susana y también se perdió. Tuvieron que traer una grúa para sacarlos por arriba del laberinto. Es de noche y todo es personal.


Mi mamá está preocupada, estuvo leyendo un libro hindú sobre la reencarnación del alma. Tenemos que ser mejores seres humanos, me dice, si haces las cosas mal en esta, lo pagas en tu próxima vida y podes reencarnar en algo peor, en un insecto, un perro o un negro.

A las dos de la tarde, pegándole a su mujer, revoleando al gato de las orejas, mi padre sale de mi casa. Sale caliente, puteando por lo bajo. Abre la puerta y sale volando hacia la cancha de boca, hacia la bombonera. Baja en las instalaciones xeneizes y se agarra a los tiros con Riquelme, a los tiros con el diego. Porque dice que los jugadores de boca son unos mercenarios. Porque dice que los jugadores de futbol solo les interesa la plata.
A Riquelme lo vemos por televisión, con un arma en la mano describe lo sucedido. Mientras detrás de él sacan una bolsa negra con la figura de mi padre.

De pronto, una explosión de luz blanca y celeste, como un trueno bajo las escaleras rojas para incendios. Cuando la luz se disipó, me asome a la ventana y había un hombre, desnudo, arrodillado en medio de la calle. El hombre, se me hacia conocido, de algún lado lo conozco, me dije. Y claro, luego de verlo un rato, me di cuenta. Era Arnaldo swakseneiger. Le chiflé. Le dije si quería pasar. Se subió por las escaleras y entró. Se acomodó en el sillón, se sentó sobre uno de sus lados, con las rodillas y caderas flexionadas, como apoyadas sobre el sillón; los pies cruzados y el brazo apoyado sobre el respaldo, con codo flexionado, y súbitamente, su miembro se empezó a erectar. Yo, que nunca fui maricón, me tiré sobre él.
Empecé a besarle las tetillas, eran raras, frías, parecían entradas de usb igual sentí un cosquilleo eléctrico caramelo en los labios que me fascinó. Luego, me abalancé sobre su pene. Lo empuñé con las dos manos, y lo jalé. El no decía nada. Lo embutí con la boca. Y no sé porque, empecé a temblar. Me hacia mover las orejas como un loco. Aunque quería, no podía despegarme. Me estaba haciendo mal y me estaba saliendo humo del culo, y tenia todo el cuerpo por dentro, caliente. Sentía que me entraban por las venas como trecientos volts de electricidad liquida. Al verme temblar, él se levantó. Yo ya estaba quedando negro. Con el humo y todo, parecía miguel Jackson en Thriller. Intentaba deshacerse de mí. Pero no había caso. Ni uno. Hasta que se hartó, y apoyó sus piernas en mis hombros, y haciendo fuerza, me desenchufó. Salí despedido por la ventana. Cuando desperté, estaba en el hospital. Tenía quemaduras de tercer grado por todo el cuerpo, e incluso quemaduras internas. Me dijeron que me trajo un hombre grandote en moto, de chaqueta de cuero y anteojos negros.


En la cama me salió una personita. Tuve convulsiones. Emergió por las tetas. Por el pezón. Por el ano. Era Ricky Martin. Ricky Martin. Ladró perro. Parecía un dios, caminando pasos de luna sobre la sábana. Gravedad cero. Murió, rápido. Lloré. Aunque parezca mentira, me vestí. Con el dedo hecho un gancho tomé al difunto, situé su cuerpo en una caja de zapatos entre papeles de arroz. Me pareció lo correcto. Era lo correcto.
Pasaron horas. Días. Semanas. En media hora estaba en la zanjita, ocultando el ataúd con barro; con el talón en punta. Cuando súbitamente, desde la calle, me llamaron con el nombre de mi madre. ¿Quién era? Miré. ¿Qué quería? Estacionado en la esquina, había un Ferrari. Una Ferrari. No podía volver a las sabanas así. Estabas dispuesta. No me cuestione.
Rechacé el ritual velatorio, corrí hasta el carruaje. Ricky se enderezó y me increpó. Dijo que me iba a denunciar a la policía. Frente al volante, estaba san Cayetano. El rey del trabajo. Me ofrecí. Le vi la aureola que flotaba encima de su cabeza, era una aureola de mosquitos. Zumbaba. Recordé algo y lo olvidé. Me subí. Las luces de la ciudad quedaban atrás. Agarramos ruta. Cien, ciento veinte. No se habló. Compartíamos el silencio y ciertos círculos mentales. Observé a dos pingüinos que copulaban con reverendas enanas. Volaban. Todo pasaba muy rápido. Estabas hermoso. Frenamos en un descampado, esto es villa cariño, pensé. Algo, como en un cuento, controlaba los engranajes del instante para hacerlos estallar en cualquier momento. De la guantera, Cayetano sacó una cartuchera repleta de barbitúricos. Nos mandamos rivotríl. Lexotanil. Aspirinitas. La limé. Fuimos al asiento trasero y lo hicimos. En la ventanilla apareció el semblante espectral de Ricky Martin. “es un hombre casado y un hámster” gritó. Unas piernas cortas corrieron en la oscuridad cuando nos bajamos. Esto está mal, se dijo san Cayetano. Avanzamos en la ruta. Llegamos a mi casa y desapareció. Me alegre de volver a estar en mis sabanas. Dormí. A la mañana, vislumbré una bola encima del ombligo. ¡Es una panza de preñada! ¡Estoy embarazada!, me dije, no tengo concha, no voy a poder alumbrar. Tenía contracciones. Fuertes. Ligeras. Las sentía y no. La luz en la cara me molestaba. Mis padres me alumbraban con linternas. Me dieron una concha, una concha vieja y arrugada que pertenecía a los abuelos. Me la coloque en el pecho como un collar y parí. Alumbré mosquitos. Esta tiene el dengue, dijeron mis padres. Me dejaron de alumbrar y salieron. Me desmayé. Quise conocer a mis hijos. Desperté en la zanjita. No podía moverme. A mi lado estaba Ricky Martin. Consumido. Me alimenté. Y el barro me fue tragando. En unos meses debía florecer, sentía las raíces.


Tenía problemas de dinero, de salud, de amor, de conducta. Estaba tirado en mi cama cuando de pronto, apareció mi madre, me dijo que tenia un regalo para mi, de su bolso sacó un póster de un bebe con una frase abajo que rezaba “no problem”, el bebé estaba disfrazado de bombero, tenía un sombrero rasta y estaba enrollado en la manguera. Flotábamos, como en una película, lenta y finamente en el fondo de la doméstica escena.

Somos judíos pero igual miramos la santa misa, la santa misa por televisión. Y por alguna razón, cuando pasa el de la limosna, mi padre cambia de canal.

No puedo dormir del sentimiento de culpa, hoy me llegó un mail en cadena de una pobre niñita de 6 años tucumana que nació con una teta en su nuca, y si no mandó quinientos cincuenta millones de mail, los padres no podrán conseguir el dinero para operarla y la teta morirá.


Hoy es el cumpleaños 73 de mi querida mamá. Estamos todos reunidos. Hay una torta de cubierta de choclote salpicada con blanco y negro como en un cuadro de Pollock. Definitivamente, en el mundo, hay cosas que duran demasiado.


Estaba en el cumpleaños del rey pelé. El futbolista. Cantábamos en el karaoke, “Majul” de Cristian Castro. De Fidel, Castro. Cuando me miré la panza, y noté que estaba embarazado. Salí de la fiesta. La gente trataba de detenerme. Pero lo mío era de urgencia. De la cadera, me afloraba un huevo puntiagudo. Estaba a punto de explotar.
Llegué al automóvil y parí. Me había salido una pequeña concha, entre la cadera y el riñón. Que noté mucho después. Una luz artificial, bañaba esporádicamente nuestros rostros a la cuerina. Mi concha, era como la lengua de los Rolling Stones mal hecha. Tenía labios. Labios rojos. Grandes. Al asomarme, vi que la fiesta había terminado. Vi un cielo blanco y con estrellas. Pero mi bebé no estaba. Mi bebé no estaba.
Me bajé del auto gritando. Temblaba. Pedí una gallina. Estaba desnuda y confundida. A unos metros estaba pelé. Haciendo jueguitos con una bolsa pequeña. Me acerqué, y le pregunté como había estado la fiesta, y si había visto a mi bebé. En la panza tenia una bolsa abdominal,marsupio, como de canguro. Y mi bebé apareció ahí. Los tres juntos, parecíamos una familia. Jugamos un tenis futbol. Nos tuvimos que ir. Alguien, desde la oscuridad, nos gritó que iba a llamar a la policía. Me metí con mi hijo en la bolsa de pelé y nos fugamos. A lo lejos se escuchaban las sirenas

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