un passacasetts de los grandes, viejos, esos que usaban los raperos en el bronx.

Volaban, los chinos, dentro del supermercado. Incluso, volaban abrazados alrededor de un passacasetts de los grandes, viejos, esos que usaban los raperos en el bronx.
Mientras hacia la fila, me dije. “yo también quiero eso”
Tiré el changuito. Saqué el pastillero, lo frote.
Salió San Cayetano, le dije que quería volar.
Ya estaba en el aire. Volaba como una reina. Una mariposa. Un hada. Un astronauta.
Los chinos me miraban. La música era brutal, bailabas sola. Era folk chino.
Sacaban fotos de celular.
Cuando de pronto, dos de ellos, me engarfiaron de las orejas y me llevaron a las vigas.
Sacaron la ropa de mi cuerpo.
Me violaron. Duro.
Con sus pequeños penes sonrientes me violaron. Como si nada.
Llegué a mi casa de noche. Temblaba.
Mi mujer me preguntó, donde me había metido.
Lloré. No contesté. Subí las escaleras entre lagrimas.
Me tiré en la cama.
Abrí el pastillero y apareció san Cayetano. Flotaba lento, casi silencioso.
Le pregunté por qué me había pasado esto. Del mismo modo.
Trono los dedos y apareció el passacasetts de los chinos.
Sonaba la música de división Miami.
Me violó. Bajo otra forma.
Mi mujer golpeaba la puerta. Desesperada.
“qué está pasando”
“¿qué es esa música?”
Yo no podía gritar, tenía una mordaza.
Finalmente, mi mujer me abandonó. Al pastillero lo escondí.
Ahora espero cría. Tengo un globo en la panza. Puedo seguir en el aire.



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Éramos horribles. Pero se nos ocurrió que a los perros les gustaría volar.
Trajimos alas y se las pegamos al lomo.
Tardaron en darse cuenta.
Compartimos silencio.
Cuando agarraron vuelo lloramos. Se les veía la panaza negra de pelaje.
“Parecen cuervos”.
Aterrorizaron en el jardín. “Cuidado con las plantas”.
Dijimos, tendrán ganas de andar en bicicletas.
En dos horas dominaron el arte de manejar una bicicleta.
Era de noche y los vecinos se quejaron del escándalo.
Le dije, a mi hermano, estos serian buenos amantes.
Los llevamos a la cama. Se sacaron la ropa y se dispusieron a tener sexo.
Buen sexo.
Quedamos abotonados. Un vecino trajo un sifón y nos despego.
Compartimos la vergüenza.
Volvimos a quedar abotonados. Pero al revés.
El mismo vecino nos despego. Esta vez con jugo tang.
“La próxima se casan o llamo a la policía”
Dormimos. Flotábamos entre sueño y sueño.
A la mañana. “Tenemos una panza inmensa”.
A los perros se les ocurrió que teníamos que parir ya.
Parimos los dos juntos.
Del ano se nos cayeron cuatro fetos.
Eran como minotauros. Cuerpo de perro y torso y brazos y cabeza de mujer. Nunca aprendieron a bailar.

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