Yo tenia de mascota

Era negrito, de piel, y todo negrito, también, el pelo, pero con un mechón blanco que le caía sobre la frente. Se llamaba Orlando, pero le decíamos cuca. Tenía costumbres de felino: a la tardecita, cuando mamá entraba a mi cuarto que compartía con dos primos (neófito uno, tajado el otro) cuca llegaba a caballito de mamá, saltaba en dirección a mi cama y se metía entre las sabanas lo que molestaba a mi mamá, porque esto me retrazaba mas aun en la cama. Al rato en la bañera se colgaba del caño de la ducha y me miraba pintándose las uñas mientras me enjabonaba la cabeza.
Incontables fueron las palizas que tuve que soportar por quererlo tanto. Mis primos decían que los travestis cabezas eran difíciles y diabólicos. Que en los diarios cada dos por tres ellos leían noticias de travestis que habían matado y violado a sus dueños por asuntos insignificantes; que el aliento que empujaban hacia fuera se metía en la boca y causaba el sida y hasta la perdida de los dientes y otras miles de enfermedades.
No importaba y yo lo seguía amando. Conmigo se comporto casi como un padre: me enseño a jugar al futbol, a maquillarme como mi mamá y si no tenia la comida preparada cuando el venia de sus caminatas en la noche, me golpeaba con una raqueta de tenis de mesa hasta que me desmayaba
Una noche casi de madrugada lo escuche gemir y gritar arriba de mi bicicleta “así no mi amor, así no, así no, así, así”. Yo no sabía que los travestis gritaban tan frenéticos cuando andaban en bicicleta. No, no lo sabía no lo sospechaba. Tras los gritos de mis primos trate de levantarme para intentar que se calle pero el miedo me sujetó a la cama con el recuerdo del día en que baje para decirle que se calle y la enconare en el garaje bailando desnuda para un tipo que no vi jamás. Además escuche otra voz y el sonido de una mano que se metía en los rayos. No me levanté ni salí para ver lo que pasaba y al fin el sueño logro asestarme un directo y noquearme.
A la mañana siguiente, me levante y fui a bañarme y mire el caño de la ducha y cuca no estaba. Tampoco estaba en el cuarto de servicio. Cuando entre al comedor para tomar un cafecito, la desgraciada y desnuda cuca yacía yerta arriba de la bicicleta. La vestimos con su vestido preferido y la llevamos al basural, esperamos a que las primeras ratas se aparecieran y le empezaran a comer las piernas, y partimos en el auto. Yo pensando en la promesa de mi madre de que me compraría un travesti nuevo, pero esta vez un peruano que son menos salidores, más limpitos y menos adictos.

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