a la altura del tajo

Olvidada a la altura del tajo, acaso, se acampana en el requiebro como le era rigida a esa altura recordarlo, que los chillidos de los muchachos del tender, los visillos; y verla a ella, al entrar, vio ese supuesto caso, que yacían, ocupados en mantener un don, obstinados en no salir, alejados entre un montón de gatos en el pasillo, un mediomecanismo cuya repentinamente esencia consiste en rechazar el aire flotante y aislar la baba del chillido, no era un suspiro, ni siquiera se podía volar através de el, desearlo tal ves, a consciencia de lo cual, amandarinada en el nitidísimo de los labios en el azulejo, larga ella y tendida, tendida de azul a lo lejos, larga en el triptico, les daba el pie para ello; y asimismo, tanto, esta gaviotamujer, al caer, tanto había olvidado recoger los broches en retroceso violento, y atisbaban o una que se prendía a su ruedo y la arrastraba por la lianas de la alcoba, cualquiera que quedaba olvidado imposible y nudoso, casi flotando, en el pliegue determinado de esas manchas en la cara, y tarde capaz, todavía enteramente y envuelta en su brillantes de golpe y alisamiento, su vos, afina el doloroso y aladinesco eco de los labios, mientras en el supuesto mástil, una bandera perdida en el polvillo de la luz de una persiana gris agua, caso que el muslo abierto; fuese la prisión de un día, o viéramos a él y a ella, juntarse con ese espacio, por un deseo de sentirse con nadie.

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